Mamá de medio Tiempo

Yo soy una mamá de medio tiempo, no me quejo, yo tomé esa decisión. Acertada o equivocada no lo sé. Lo que si sé, es que no hay amor más grande que el de mi hija, ni he hecho nada más maravilloso en el mundo que tenerla, educarla y verla crecer.

Me casé y viví unos meses feliz; me embaracé y fuí la más feliz del mundo. Sin embargo, mi relación con el papá de mi hija no funcionó porque él es un macho alfa y yo no soy una mujer que se deje ni le guste que le digan qué hacer, cómo hacerlo y mucho menos que la sometan.

Cuando nació mi hija, a los pocos meses volví al hospital con fractura en la nariz y algunas costillas, “Un mal paso”, decía mi madre. En ese momento me dolía TODO pero me dolían más mi hija y mi orgullo, por lo que decidí que así yo no podía vivir.

Soy abogada, exitosa, hija de un notario muy reconocido y de apellidos de gran prestigio por lo que decidí que mi vida no podía ser expuesta en los juzgados. Salí del hospital y me convencí de que sería fuerte y me prepararía mentalmente para dejar esa casa de manera pacífica y sin afectar a mi hija. Desde luego no pensé que el precio de esa paz sería tan alto: Dejar a mi hija con su papá.

El día que mi hija cumplió un año, mi esposo decidió que haríamos una gran fiesta para la niña, a la cual claro que asistieron 250 invitados. Fue un largo día, que yo deseaba desde que empezó que terminara porque sabía que en la noche terminaría durmiendo en otra casa con mi hija y sin su papá. No pensé que esa noche sería para la mí la última que pasaría con ellos, y en la que debía decidir salir sin ella o salir de ahí sin vida. Quizás tú, como mis padres, no lo entiendan. Sin embargo, yo esa noche o más bien a la mañana siguiente, fue que decidí salir de ahí y ser mamá de medio tiempo.

Sobra explicar que la noche de la fiesta volví al hospital y al salir sólo fui a esa casa por mis maletas, con mi prima y su esposo como mis únicos aliados y testigos, para recoger mis cosas y despedirme de mi niña.

Cada blusa, zapato, y vestido que ponía en mis maletas, me rompían el alma pensando en que no viviría más cada día con mi hija, ni la cargaría, ni podría sentirme su mamá; sabiendo que así como mis padres no apoyaban mi decisión y no lo entendían tal vez tampoco ella lo haría. Decidí entonces que al salir de esa casa saldría con una sonrisa y le haría siempre la vida feliz a mi hija cuando pudiera verla.

Tan pequeña e indefensa con un año, quizás mi abrazo y mi llanto no los entendía pero quería dejarle plasmado que era el amor de mi vida.

Después de 6 meses su papá me dejó volver a verla y a partir de ese momento tenía permiso para verla cada miércoles y los fines de semana cada 15 días. Así que me dispuse a ser la mejor mamá y amiga para ella en esos días.

Con el tiempo, logré dejar la casa de mi prima y poder rentar mi casa, donde hice un espacio para mi pequeña. Nunca voy a olvidar cuando fué por primera vez a conocer su cuarto en mi casa, su cara de alegría compensaba todos los días que no había podido estar con ella y abrazarla.

Nunca ha habido una noche que me vaya a dormir sin hablar con ella, o sin pedir por ella.

Fácil no ha sido, pero sí puedo decir que cuando mi hija cumplió 7 años empezó a ir a gimnasia olímpica, parece que nació para brillar ahí! Eso me permitió más momentos con ella, pues tenía largos entrenamientos que disfruté y competencias a las que pude llevarla y aplaudirle, cuando en otras sólo sabía cómo le había ido y la imaginaba.

Cuando tenía 10 años, una tarde me preguntó:

“¿Mamá, por qué no vives conmigo como todas las mamás con sus hijas?”

Me sentí desmayar al escuchar esto; pero tuve que ser fuerte y decirle que a veces las familias son así y que siempre seré su mamá, todos los días, aunque no esté ahí. Afortunadamente ella lo entendió.

Tenerla en un deporte la mantuvo con la mente ocupada y fue una adolescente extraordinaria; jamás tuve que pelear con ella, o su papá, porque rompiera reglas, saliera bebida de algún lugar o no llegara a la hora que se le indicaba. Incluso a veces pienso que es más responsable que yo en cuanto a las fiestas.

Cuando cumplió 18 años la llevé a cenar al mejor restaurante y le regalé un collar hermoso. Pero esa noche ella me dio el mejor regalo a mí.

Me dijo:

“Nunca entenderé por qué papá y tú nunca vivieron juntos, pues en la hacienda siempre faltas tú; pero sí sé que eres la mejor mamá que podía tener porque siempre me escuchas, me apoyas y estás para mí en todo momento.

No pude dejar de llorar en toda la noche con sus palabras, pues realmente me esforzaba por ser la mejor mamá, sin saber si lo era o no. Mucha gente me criticó, me dió la espalda, me dijo que estaba mal que la dejara; pero también mucha gente me apoyó y me contuvo cuando yo más necesitaba. Ninguna de ellas fue mi madre, ni mi hermana; pero yo me propuse a toda costa ser la mejor.

Siempre tuve reglas con ella, de manera clara y transparente. Le di siempre amor, tiempo de calidad, ratos de risas, así como también castigos y regaños pero siempre le explicaba por qué actuaba así.

Hoy mi hija tiene 25 años, se va a casar y me ha pedido que sea yo quien la entregue en la iglesia. Su papá no está muy de acuerdo con esto, pero ella así lo quiere y así lo voy a hacer yo. Aunque muchos digan que no debe ser así, yo aprendí el día que decidí dejar a mi hija con su papá, dos cosas:

1) NADIE puede decirte qué hacer o cómo vivir.

2) Uno siempre debe ser auténtico y eso es AMOR.

No sé si hice bien o no en dejar a mi hija, lo único que sé, es que al tomar esa decisión, pude vivir cerca de ella, incluida en su vida; quizás no todos los días, pero al menos pude estar ahí de la forma en que yo aprendí a estar presente con ella y ser su mamá.

Fue un acto de amor que muchos no entenderán y tampoco pretendo que lo hagan. Fue un acto de valentía, y fue sobre todo un sacrificio; pero aprendí que un hijo escoge a su madre desde el cielo porque sabe que sólo ella puede ayudarle a librar todas las batallas de su vida.

Así que ¡nunca dudes de tus decisiones de Madre porque NADIE toma mejores decisiones para ese ser que es tu hijo, que su propia MAMÁ!

VALORA cada día con tus hijos como si fuera el último porque crecen muy rápido y nunca los volverás a cargar como cuando nacieron, ni secarás la sangre de sus rodillas como la primera vez que se cayeron, siempre serás su imán pero ningún momento va a ser igual a otro si te los pierdes.

Atesora el amor de tus hijos, amor como ese no hay ninguno.

 

Mamá Anónima de medio tiempo.

Compartir esta publicacion

No hay comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Comience a escribir y presione Enter para buscar

Carrito de compras

No hay productos en el carrito.