Nunca comprendí lo que era un hijo (a) hasta que lo sostuve en mis brazos

Recuerdo esos días con una mezcla de angustia y nostalgia. Atenta a su respiración segundo a segundo, ignorante de cualquier cosa relacionada a la maternidad.

Leí libros, vi miles de videos y escuché conferencias acerca de cómo criar a un recién nacido. Todos explicaban detalladamente cómo había que cargarlos, cada cuánto dormían la siesta y lo importante que era que estuvieran satisfechos para que no tuvieran hambre.

Pero nunca comprendí lo que era un bebé hasta que lo sostuve en mis brazos. El amor que reflejan sus ojos, el latido de su corazón y el llanto confuso que agarra desprevenidas a las mamás primerizas.

Nadie me contó lo que era que una vida dependiera al cien por ciento de mí, que alguien se apoderara de tu mente, tu cuerpo y tu alma. La angustia jamás había sido tan poderosa, y nunca había tenido tantas preguntas sin respuestas, tanta incertidumbre.

Todo lo que hacía sentía que me salía mal. Que si la teta o el biberón, los brazos o la cuna, arrullarlo eternamente o dejarlo llorar. Todo estaba bien y todo estaba mal al mismo tiempo.

Por eso te escribo, de una madre que recuerdo desesperada a otra. Para decirte y asegurarte que todo pasa, las noches en vela terminan, el dolor al amamantar se desvanece y la ignorancia se convierte en experiencia y sabiduría.

No te rindas querida mamá, pronto todo serán carcajadas y satisfacciones, aunque no te salvarás de los berrinches. Pero te prometo, vale la pena.

Cada segundo sufrido te será recompensado. Llora si así lo sientes, ríe como una loca si te gana el sentimiento. Pero no desistas, ser madre es lo mejor que te pasará en toda una vida.

Escrito por Andrea Jaime

Compartir esta publicacion

No hay comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Comience a escribir y presione Enter para buscar

Carrito de compras

No hay productos en el carrito.