Los abuelos: una hermosa conexión

El amor de los abuelos es irremplazable, puro y tierno.
Los nietos son símbolo de un amor puro e incondicional donde toda esa sabiduría que han adquirido a través de los años la utilizan para proteger la vida de los hijos de sus hijos.

En el siglo actual, el nieto no sólo conoce un mayor número de abuelos, sino también que goza de más cantidad de años para compartir junto a ellos. “Ser abuelo” no implica exclusivamente tener un nieto, sino también, la relación que éste establece consigo mismo y su propia realidad, superando todo tipo de egoísmos y aislaciones. La esencia del vínculo entre ambos lo da la dinámica amorosa y educativa, en la que el nieto es “todo proyecto” y el abuelo es “historia, tradiciones, riqueza de experiencias, patrimonio ético”; dos extremos del mismo puente unidos por el cariño colmado por el adulto por su apoyo emocional, ternura y serenidad que dan los años.

Así el nieto en plena formación se enriquece de la sabiduría de vida, en un crisol de valores y testimonio de tradiciones, necesarios para su afirmación. Por ello, la relación tiene una fuerte connotación en la identidad personal, en una particular relación de complicidad, de lazos afectivos especiales, de transmisión de sus raíces, memoria familiar, de principios y valores en su función pontífice intergeneracional. A su vez, permite también reparar aquellos aspectos de la identidad del adulto mayor, dañados consigo mismo o en su relación con sus hijos.

El abuelo atesora un enorme potencial fecundo de valores incalculables para la vida de los demás. Puede transmitirlo en cada palabra impregnándola de calor humano y de esperanza cuando siente que los años vividos “han valido la pena”. Esta invitación a fortalecer las relaciones intergeneracionales, exige de la sabiduría entendida como “saborear” y “saber” reconocer de la vida, la experiencia adquirida a lo largo del trayecto vital. Como las recetas de la abuela, esas que nos permitían recibir el olor y la calidez del hogar, despreciarlo implicaría una pérdida irreparable para la humanidad.

Por: Mg. María Dolores Dimier de Vicente

Doctoranda en Humanidades

Directora de la carrera en Orientación Familiar del Instituto de Ciencias para la Familia. Universidad Austral. Argentina

Asesora del IMF

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