La discapacidad no es un pretexto para excluir a nadie: Me llamo Andrés

Andrés es un niño de 7 años, el cual es muy sonriente y juguetón,  a todo le encuentra gracia, solo que se le dificulta a veces cómo manifestar lo que piensa, pero seguro, tanto tú como él disfrutan la vida y pueden ver lo positivo de la vida.

A Andrés se le ha dificultado en varias ocasiones jugar con sus compañeros, le gusta observarlos cómo  corren tras la pelota, cómo juegan a las escondidillas o al toro, se ríe mucho, pues disfruta estar con ellos, aunque no siempre ellos con él.

A Andrés le gusta mucho ir a la escuela, estar dentro del grupo con sus compañeros, usar sus colores,  dibujar en sus libretas, hojear sus libros, pero se le dificulta entender qué dice en ellos, por lo tanto la maestra lo apoya explicándole con dibujos.

Andrés está en segundo de primaria, no sabe leer y escribir, pero le gusta escuchar como explican y hablan sus maestras sobre un tema.

Hasta ahora nuestra historia habla de un niño como cualquier otro, no le hemos puesto apellido, pero sí nombre, como cualquier otro niño. No necesita más para identificarlo, pues es igual a todos.  Entonces ¿por qué hablamos de Andrés de manera especial?  Bueno,  Andrés tiene Síndrome de Down, y eso no lo hace diferente, ni tiene porque llevar un nombre adicional al de su nombre completo.

Es así como nos encontramos en un mundo diverso, en un mundo incluyente, pero más aún en un mundo en donde no necesitamos hacer un lugar diferente  para un niño especial, sino formar un espacio                 de aceptación, de cariño y de igualdad.

Muchas de las ocasiones nos enfrentamos con etiquetas o estereotipos que forman barreras invisibles, las cuales en lugar de ayudar o favorecer el desarrollo del niño, solo se usan para bloquear el crecimiento, la socialización y la aceptación por igual.

No se llaman bebés, ni niños especiales, ni pobrecitos, ni discapacitados, se llaman así por su nombre,  como Andrés.

¿Por qué es fácil llamarlo por su nombre?  Porque tras de ello hay una conciencia de igualdad, de aceptación y empatía.

Culturalmente ha sido difícil entender que un niño o persona  con una condición diferente puede ser tan igual como tú o como yo.   Esto no es cuestión  de entenderlo, si no de la capacidad que todo ser humano tiene para aceptar humildemente a cualquier persona.

Es una pena que en pleno 2020 todavía encontremos espacios físicos en donde no son considerados, personas que los discriminan, o peor aún,  encontrar lugares sin condiciones físicas o sociales para todos los que tenemos alguna necesidad especial, como síndrome de Down, autismo, sordera o ceguera.

No nos dé miedo decir lo que somos o tenemos. Pertenecemos a la misma aldea global, y así como el mundo nos ha exigido evolucionar, la sociedad también debe hacer cada vez mayor conciencia por las personas con una discapacidad. No somos diferentes a nadie, somos igual que cualquier otro, solo que unos tienen una necesidad y otros otra, unos son altos y otros bajitos, otros morenos y otros blancos, unos chinos y otros lacios, y así podemos enumerar muchas diferencias, pero ninguna de ellas debe causar discriminación.

Te invito a que reflexiones y analices cuáles son tus necesidades y qué te hace especial y diferente,  y si alguna de ellas te hace sentir discriminado,  entonces voltees hacia los demás y pienses si tus palabras, miradas o actitud han hecho sentir alguna vez  a otro diferente o excluido.

No los etiquetemos, ni señalemos, ni tratemos diferente.  No es pobrecito niño, es un niño igual que otro y quiere que lo veas igual que a todos.

Espero que esta breve reflexión nos sirva para entender que la discapacidad, raza, idioma o limitante no es un pretexto para excluir a nadie, ni de espacios físicos, actividades o de oportunidades para convivir, más bien de lo que necesitamos como personas y sociedad hacer, aprender o cambiar para ser un mundo mejor.

Soy Blanca Botello, madre de familia, Psicóloga y Mtra. En Pedagogía.

 

 

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